jueves, 5 de diciembre de 2024

FIESTAS DE LA FUNDACIÓN ESPAÑOLA DE QUITO - LA CELEBRACIÓN INFAME



LA CELEBRACIÓN INFAME.
Origen, función y propósito de la oficialización del 6 de diciembre como el día de Quito
Manuel Espinosa Apolo

El 28 de agosto de 1934, en ceremonia oficial, el presidente del Concejo Municipal de
entonces: Jacinto Jijón y Caamaño dio lectura a un viejo documento colonial del s. XVI
conocido como el acta de fundación de la villa española de San Francisco de Quito que
fue extraído de una urna de cristal, donde había sido colocado previamente para
protegerlo y exhibirlo cual si se tratara de una reliquia sagrada. Conteniendo apenas su
emoción, el burgomaestre se dirigió inmediatamente a la audiencia que incluía a los más
altos dignatarios de todas las funciones del Estado, el cuerpo diplomático, los superiores
de las diferentes órdenes religiosas, entre otros prestigiosos invitados, e interrogó a los
asistentes si ratificaron el acta de fundación de “nuestros conquistadores”, a lo que los
presentes asintieron con un signo de cabeza, en silencio ceremonioso. De esta manera,
dicho acto selló el anhelado sueño de los sectores ultraconservadores quiteños, por el
que habían pugnado sin tregua durante el s. XIX y las primeras décadas del s. XX:
convertir a Quito en la concreción material de la raza y el espíritu civilizador español;
proyecto postcolonial que se denomina la invención del Quito español.

¿Quiénes fueron los que impulsaron dicho proyecto y cómo lo consiguieron?
Atrás de mismo estuvieron algunos intelectuales y dirigentes políticos quiteños que se
asumieron como descendientes de los conquistadores y los colonizadores españoles. La
mayoría de ellos adscritos al partido conservador; miembros de la Academia Nacional
de Historia en tanto pupilos del Arzobispo Federico Gonzales Suárez y reputados hijos
de las familias del alcurnia de la ciudad. Descendientes de la aristocracia realista que
asumió el rol de clase dirigente luego que la aristocracia patriótica: los criollos
revolucionarios del 10 de agosto de 1809 fueron asesinados al siguiente año, en el
sanguinario 2 de agosto de 1810. Esa nueva casta dirigente, fue promovida por el estado
colonial, en razón de su adscripción realista, razón por la cual fue favorecida con
privilegios materiales y simbólicos.

La trayectoria de la aristocracia realista quiteña en la época republicana.
En el segundo momento de la Independencia, cuando el ejército libertador dirigido por
Bolívar llevaba a cabo la guerra contra España, los aristócratas realistas de Quito
supieron mantener un perfil bajo para ocultar su adscripción política, mientras
conspiraban en las sombras. Para mantener el control del poder, idearon una perversa
alianza con Juan José Flores, la misma que quedó sellada en el matrimonio entre doña
Mercedes Jijón y el caudillo venezolano. Para allanar el camino a la presidencia del
Ecuador de Flores, fue imprescindible la cabeza de Sucre y así se hizo con astucia y
ausencia de escrúpulos. Mientras transcurría el siglo XIX poco a poco, esta casta
dominante se encubrió bajo un supuesto ropaje patriótico para ocultar su compromiso
originario con España, fortaleciéndose como clase dominante. Después de pasado el
protagonismo de los patriotas liberales antifloreanos, fueron reanimados por el
garcianismo, hasta que alcanzaron plenos bríos en el llamado período “progresista” en
el cual se produjo su consolidación y destape definitivo. A partir de entonces, salieron a
la palestra pública y sin tapujos impulsaron el culto a la “madre patria”. Sin empacho
promovieron la reconciliación de lo irreconciliable: la independencia de España, con la
conquista y la colonización hispánica. Así lo expresó Antonio Flores, hijo de Juan José
Flores, en el discurso inaugural de la estatua al Mariscal José Antonio de Sucre,
señalando que los líderes de la Independencia: Sucre y Bolívar había completado la
labor de Colón. A fines del s. XIX, el arzobispo González Suárez, el principal ideólogo
de dicho grupo social, fortaleció este despropósito al formular una peregrina teoría
según la cual, las ex colonias españolas se había independizado como lo hacen los hijos
mayores de sus padres. La providencia habría dicho en los oídos de los patriotas:
“crecisteis, creced”.

En el período alfarista, volvieron a mostrarse cautos, sin dejar de tramar la
derrota y aniquilamiento de dicha revolución. Nuevamente recurrieron a la alianza
matrimonial, para sellar un pacto con el encubierto enemigo de Alfaro y alimentar su
codicia. Así se realizó el matrimonio entre otra dama de la alcurnia quiteña y Leónidas
Plaza Gutiérrez. Astutos y maquiavélicos, no les importó recurrir a los medios que
fueran para conseguir sus protervos fines. Echando mano de la religión “produjeron” el
milagro de la Virgen Dolorosa en 1906 para movilizar a las masas en contra del
supuesto “ateísmo” y la “masonería” del alfarismo. Su malicia dio resultado seis años
después, cuando una masa enardecida y manejada por los invisibles hilos de la
manipulación de los sectores altos arrastró al viejo luchador por las calles de Quito,
poniendo fin a otro sueño emancipativo popular.

Después de la derrota de la revolución alfarista, la ex aristocracia realista, tomó
bajo su absoluto control al Municipio de Quito, al mismo tiempo que ejercía una clara
influencia en el aparato central del Estado. De esta manera, en 1915, lograron que el 12
de octubre, llamado desvergonzadamente “Día de la raza”, se declarase celebración
cívica nacional. A partir de entonces y con ayuda de la prensa que controlaban,
difundieron su retórica de agradecimiento y glorificación de España. Mientras tanto el
Concejo Municipal, decidió denominar a las nuevas calles que empezaron a abrirse con
la extensión de la urbe en la década de 1920, con el nombre de los conquistadores
españoles. Más tarde les levantaron estatuas por doquier. El culto al sanguinario
conquistador de Quito: Sebastián Moyano mejor conocido como Benalcázar que se
inició en la década de 1930 llegó a su máxima apoteosis con la elaboración de un retrato
embellecido e idealizado y la colocación de su nombre al primer colegio municipal de la
ciudad. Y como si eso fuera poco se llegó designar a otras nuevas calles con los
nombres de los verdugos del pueblo quiteño del primer momento independentista. A
una de ellas se le llamó con el nombre del responsable de la matanza del 2 de agosto:
Conde Ruiz de Castilla, y a otra, se le designó Toribio Montes: aquel oscuro militar del
ejército del rey que invadió la ciudad a sangre y fuego en noviembre de 1812 para poner
fin a la revolución de Quito. Antes, en el decenio de 1920, el libro: Lecciones de
Historia del Ecuador para niños de Roberto Andrade, ideólogo del alfarismo, que
mostraba los crímenes, la codicia, fanatismo e ignorancia de los conquistadores y
colonizadores españoles, ya había sido impugnado, descalificado y proscrito de la
enseñanza escolar. La verdad histórica se etiquetó de “leyenda negra”, respuesta que
obedeció a una hábil contraofensiva de los hispanistas. Los de Quito acudieron a ellas
las veces que fue necesario para descreditar a quienes se atrevían a denunciar los
crímenes del colonialismo, sin tener en cuenta que fácilmente se puede probar dichos
crímenes con los documentos producidos por los mismos colonialistas españoles.

En la década de 1930, José Gabriel Navarro, otro pupilo del arzobispo González
Suárez, sostuvo la tesis de Quito como relicario de arte español en los Andes, sentando
las bases del discurso patrimonialista de Quito, aun en boga.

¿De dónde procedía esta rabiosa hispanofilia de la casta dirigente de Quito? 

Sin duda, había sido impulsada por el hispanismo que había crecido en toda América a raíz
de la guerra entre España y Estados Unidos en 1898; sentimiento alimentado por el
arielismo. Hispanismo que en la conciencia de los ultraconservadores devino en la
década de 1930, en hispanofilia recalcitrante y descarado falangismo. Agrupados en el
diario “El Debate”, financiado por don Jacinto Jijón y Caamaño, animaron sin
vergüenza alguna a los ecuatorianos a apoyar la lucha de Franco y a enviar fondos a los
fascistas españoles.

LOS CONTENIDOS DE LA DOCTRINA RACISTA DE  LOS ULTRAHISPANOS. 
Desde la perspectiva de los ultrahispanistas: España había traído la civilización a las
tierras americanas, en la medida que difundió el castellano y la religión católica,
vectores civilizatorios incuestionables. La superioridad racial e espiritual de España
estaba fuera de todas dudas y había sido demostrada en el trágico encuentro de
Cajamarca, en donde solo unos cuantos españoles bastaron para someter a todo un
imperio conformado por millones de personas. Ejemplo más claro de la superioridad de
los españoles y la inferioridad de los indios no podía encontrarse. Los indios constituían
una raza vencida, inferior, un “peso muerto” en la historia del Ecuador diría Jijón y
Caamaño en su célebre conferencia “La ecuatorianidad” dictada en 1942 en la
Universidad Central. En ese sentido, era un deber de los ecuatorianos, glorificar a
España y la llegada de sus conquistadores. El día que se había instalado el cabildo en la
ciudad de Quito, esto es, el 6 de diciembre de 1534, haciéndose efectiva su fundación
realizada el 28 de agosto de ese mismo año en el papel, debía celebrase
incuestionablemente. Y así se hizo. No importó siquiera la misma advertencia de Jijón y
Caamaño en el sentido que había que reconocerse que en el lugar al que arribaron los
españoles, ya existía una ciudad indígena fundada por Túpac Yupanqui. Los hispanistas
quiteños, ocultaron y escamotearon desde entonces, el pasado prehispánico e inca de la
ciudad, así como minimizaron el carácter profundamente irredento e insumido del
pueblo quiteño y, por tanto, su deslealtad con la corona, evidenciado desde la revolución
de las Alcabalas a fines del s. XVI hasta el levantamiento del 10 de agosto de 1809,
pasando por la Rebelión de los barrios de Quito de 1765, cuando el pueblo expulsó a los
españoles de la ciudad y tomó para sí el control de la misma, deponiendo a las
autoridades que capitularon frente al pueblo y entregaron las armas e insignias reales.
La reivindicación de la empresa civilizadora de España a través de la conquista y
la colonia, se fundamentó al mismo tiempo, en el hecho de que la llegada de los
aventureros españoles inauguró el período histórico entre nosotros, ya que a partir de
entonces se generó una memoria documental. Lo que no había sucedido en la época
precolonial, presentada y catalogada como “prehistórica”. El archivo y el documento
colonial fueron presentados por el Arzobispo González Suárez y sus pupilos agrupados
en la Academia Nacional de Historia, como sede de la verdad. Esto significaba que
solamente lo que podía ser fundamentado con documentación colonial debía aceptarse
como verdad histórica. Por tanto, la memoria oral, la tradición y otras formas de
representación propias de los pueblos indígenas fueron invalidadas y, por lo mismo,
rechazadas.

SIGNIFICADO Y PROPÓSITO DE LA OFICIALIZACIÒN DEL 6 DE DICIEMBRE

La reivindicación de la conquista y colonización española, fue al mismo tiempo
una respuesta a los discursos contrahegemónicos que emergieron a parir de la década de
1920. En primer lugar, contra el indigenismo inaugurado por Pío Jaramillo Alvarado en
1922 a raíz del aparecimiento de su libro: El indio ecuatoriano; obra en la cual
cuestionó la interpretación hispanista de la historia, expresando que no podía hablarse
de razas superiores ni inferiores, a la vez que destacó por primera vez la agencia o el
papel activo del indígena en el devenir histórico. Asimismo, constituyó una respuesta
frente a las ideologías emancipativas o de izquierda (anarquismos, socialismo y
comunismo), que empezaron a cuestionar toda forma de dominación y opresión,
reivindicando a los trabajadores y los campesinos, quienes habían empezado a
organizarse inaugurando la protesta popular y el proceso de impugnación social.

Temerosos del protagonismos inusitado que estaban alcanzado los de “abajo” y para
debilitar sus aspiraciones por conseguir igualdad de derechos para todos, se pretendió
justificar la explotación social e indígena, en razón de su idea de sociedad como un
conjunto jerárquico relacionado con el orden natural. En fin, el ultrahispanismo en
Quito pretendió bloquear y deslegitimar los ideales y proyectos de las ideologías
emancipativas.

El culto a la conquista y la colonización española, supuso además la promoción
de la tauromaquia en contra de los llamados “toros populares”. La muerte del toro a
cargo de un torero, fue promovida por el franquismo en la península y América, como
una expresión excelsa del valor de la “raza” española, siendo acogido fervorosamente
por la elite social quiteña. Por esa razón, se decidió construir por primera vez en Quito
una plaza para este tipo de exhibición del “valor” hispano. En 1930, con una corrida de
toros, se inauguró apoteósicamente la Plaza Belmonte.

Sin embargo, la celebración del 6 de diciembre durante las décadas de 1930 y
1940, estuvo muy lejos de convertirse en festejo popular y más bien decayó
drásticamente a medida que se acercaba la década de 1950. Ni siquiera el himno a la
ciudad compuesto en 1944, en el cual se exalta la herencia y el supuesto amor de
España a la ciudad, animó a sus pobladores. Ante esta posibilidad, los sectores altos
quiteños reaccionaron buscando reanimar la celebración. Fue así como se sirvieron del
diario vespertino “Últimas Noticias” adjunto al diario “El Comercio” que controlaban,
para convertir dicho onomástico en festejo popular. Para ello se apeló al deber que
tenían sus moradores de homenajear a su ciudad, de la misma manera como se hace con
una madre o con la amada. Fue así que se promovió la llamada serenata quiteña. Los
grupos de música y un aguardiente de dudosa calidad que ofició de patrocinador, se
tomaron las calles de los barrios. El regocijo popular se instaló desde entonces y de
forma definitiva. A través de la algarabía por la algarabía animada con cantidades
excesivas de aguardiente, se promovió el embrutecimiento de la población, anulando
toda posibilidad de pensamiento y reacción crítica.

La oficialización del 6 de diciembre como día oficial de Quito, es parte
fundamental del proyecto de invención del Quito hispano; proyecto racista y
excluyentes, en la medida, que los legados indígenas y los indios fueron minimizados y
borrados de los discursos y representaciones oficiales de la ciudad, conjuntamente con
el desprecio y estigmatización de los provincianos tachados peyorativamente de
“chagras” o “longos”, a quienes se les hizo responsables del fin de la “belle epoque” de
la ciudad. Pues, la idea que la ciudad se “jodió” cuando llegaron los provincianos y los
pueblerinos, se torno a partir de entonces en lugar común.

Pero sobre todo, el proyecto de la invención del Quito español, es sobre todo,
antiquiteño, en tanto pretende reivindicar a quienes invadieron la ciudad prehispánica en
base a la tierra arrasada y al etnocidio, y que más tarde subyugaron y arremetieron
contra sus pobladores a través de feroces represiones que buscaron ahogar en sangre el
espíritu irredento e insumiso de Quito y los quiteños, el pueblo más rebelde e
insubordinado de las antiguas colonias españolas en América.


Quito más que cualquier otra ciudad, merece un pleno festejo, pero no el día en
que se oficializó y consagró su caída, sino el día que empezó su liberación: 
el 10 de Agosto de 1989




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